martes, 8 de enero de 2013

Yo también

     No sabíamos si viviríamos más allá de esa noche, que era la primera de nuestra vida; pero cuando nuestras miradas se cruzaban,  confiábamos en que ese instante, en que ese momento en el que el mundo parecía algo insignificante y nosotros éramos lo único que importaba, no acabara nunca.
     Pero tampoco nos importaba que nuestra vida solo durara esa noche, porque después de infinidad de días postrados en un escaparate, vestidos con ropajes varios, con el objetivo de que esos hombres y mujeres que pasaban por la calle, muchas veces, sin parecer tener un rumbo fijo, se fijaran en lo que llevábamos puesto. Y con el único placer de mirarnos a través de los cristales de nuestros respectivos escaparates, buscando un resquicio entre la muchedumbre de gente, que con paso monótono discurría a través de la calle, para poder observarnos, pensando únicamente en el momento en que nuestros cuerpos se pudieran ensambla en un abrazo y en un beso sin final.
     El monótono discurrir de los días nos hacía llegar a pensar en que ese día, en que por fin nos miraríamos sin obstáculos de por medio, nunca llegaría; pero esa idea se esfumaba cuando nos mirábamos y pensábamos con melancolía, que el mundo no podría ser tan cruel.
     Pero un atardecer, mientras miraba al cielo. Pensaba en que éramos como el sol y la luna, dos entes que viven unidos pero sin poder acercarse el uno al otro, y en ese momento me sentía afortunado porque por lo menos nosotros, disfrutábamos observándonos durante todo el día. Mientras que ellos, desdichados, solo podían estar juntos allí arriba durante dos momentos mágicos, el amanecer y el atardecer. Y justo en el momento, en que el sol se despedía de la luna con un último rayo, pestañee.
     Puede que para cualquier persona pestañear, sea una minucia, un acto involuntario sin valor alguno, pero para mí, que siempre viviera con los ojos abiertos fuera día o noche, era algo majestuoso. Al momento mire al otro lado de la calle, que extrañamente o mágicamente estaba vacía, y allí arrodilla detrás del escaparate estaba ELLA, asustada hasta el punto de estar inmovilizada. Al verla así, lo único que quería hacer era abrazarla y decirle que yo siempre estaría ahí para protegerla, por primera vez y sin pensarlo me moví, cogí un objeto y lo arroje contra ese escaparate, que durante tantos años fuera el principal obstáculo que me separaba de ELLA, el escaparate se quebró en mil pedazos produciendo un ruido ensordecedor, pero que yo no oí porque en ese momento ELLA, que era lo único que me importaba, me necesitaba.
     ELLA al oír el ruido miro hacia donde tantas veces mirara buscándome a mi. Y al verme correr hacia ELLA pareció, que todos los miedos y angustias que la rodeaban, se esfumaban, y en ese instante , hizo algo, que para mí, fue y es lo más hermoso que he visto nunca, sonrió.
    No se como paso, pero solo recuerdo estar corriendo hacia ELLA, e instantes  después estar mirándonos  a los ojos sin obstáculos de por medio, y  sin que de nuestra bocas saliera palabra ninguna, porque no habría ninguna que expresara mejor lo que sentíamos que nuestros ojos, los verdaderos espejos del alma, poco a poco nos fuimos acercando y nuestros brazos se fueron ensamblando en el cuerpo del otro como si de una actividad cotidiana se tratara. No se cuanto duro ese abrazo, solo sé que en un momento, en que nuestras cabezas estaban juntas le susurre al oído “Te quiero”. ELLA torno su cabeza hacia mí y me dio un beso, en el  que aunque solo me rozo los labios me hizo sentir por primera vez vivo con seguridad.
     Desde ese momento sabíamos que ya no importaba si esto era real o solo un sueño, porque si era real ya podía ser este el último día de nuestra vida que nunca nos hubiéramos arrepentido de haberlo pasado abrazados sin importarnos nada más; y si en cambio, era este un sueño sabríamos al despertar que el mundo no era tan cruel y que nos había dejado estar juntos aunque solo de una ilusión se tratara.
     El resto de las horas de esa noche pasaron como si de un tren se trataran, rápidamente y en silencio, ya que durante esas horas no hicimos más que fundirnos en un abrazo sin fin, o eso es lo que intentábamos, mirándonos de vez en cuando y encontrándonos reflejados en los ojos del otro, y solo de vez en cuando nos regalábamos un fugaz beso, en los que dejábamos salir nuestra pasión sin frenos.
     La noche se fue acabando y el amanecer empezó a vislumbrarse, y justo en ese momento, temeroso, por primera vez en esa noche,  de que nuestra vida se acabara o de que nos despertáramos de este sueño, nos miramos a los ojos y ELLA me dijo entre susurros “Yo también”.

2 comentarios:

  1. Me parece una gran historia de amor y te felicito por haberla escrito

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  2. No es para tanto lector anónimo, solo intento que cada palabra escrita tenga algo de esa esencia que busco cuando escribo

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