domingo, 13 de enero de 2013

Una pesadilla llamada Prestige


    El mar es un observador, un asistente a una función llamada vida, puede ser impasible y hasta parecer cruel. Como observador ha visto pasar a través de sus ondas millones de historias, de anécdotas, de vidas con protagonistas cuyas vivencias, inquietudes y sentimientos, quedaran en el olvido, cuyo nombre muchas veces se borrará con el tiempo, dejando tras de si una estela invisible y perecedera, como  pisadas en la arena. Pero no se puede tildar al mar de cruel, él no es más que un mero espectador al que le ha tocado ver la crueldad y el amor, la tristeza y la alegría, por partes iguales, personificadas en hombres y mujeres, al que le ha tocado asistir a los más hermosos actos, el origen de muchos seres vivos en su interior y en esa costa que tanta veces le ha acogido, sin pedirle nada a cambio, más allá de su compañía silenciosa; ha observado los más diversos actos de amor y cariño, pero, a su vez, los más trágicos sucesos, las más horribles catástrofes, muchas veces provocadas por esos seres llamados humanos y a los que el mar no comprendía y peor aun, no entendía porque existían, a su parecer solo dañaban a los otros seres vivos y a los que para ellos, no lo eran, como el propio mar.
    Pero ese parecer se torno un día, cuando de pronto, uno de los muchos barcos que cabalgan sus olas buscando ese destino donde descansar hasta la próxima galopada, se paró y comenzó lenta pero sin pausa a hundirse, el mar como observador imparcial presenció como una vez más el “ingenio” humano era derrotado por esos seres inanimados cuya importancia, a los ojos de los seres humanos, es ínfima. Pero otra vez los humanos le mostraron que no estaba equivocado, y que el mal corría por sus venas, y aunque sin quererlos hacían daño a todo lo que les rodeaba. Porque el barco como queriendo ofrecer su último aliento de vida, derramo por el agua una substancia que pocas veces había visto antes y mucho menos en tal cantidad, al cual los humanos se referían como fuel, esa sustancia presagiaba de una forma muy metafórica y a través de su color el futuro al que se veía encaminado. En ese momento, y por primera vez, el mar no se sintió un observador impasible e imparcial, si no el protagonista de una de esas historias. Quiso llorar, gritar y enfurecerse, pero él no era el dueño de si mismo si no, como siempre, un simple observador, que asistía al que podía ser el final de su historia.
    Mientras observaba, no se dio cuenta de que el tiempo, al revés que él, no se parara, si no que seguía impasible su monótona travesía a través del espacio. Tampoco se dio cuenta que con el paso de las horas, en esa costa tantas veces querida y con la que tenía una relación de amistad muda, se había reunido una pequeña multitud de hombres y mujeres equipados con la única intención de limpiar y de borrar las marcas, que en ese poco tiempo había dejado ya esa horrenda marea negra a lo largo y ancho de la costa, como queriendo, a través de sus actos, pedir un perdón que tantas veces, había comprobado el mar, que les costaba a los humanos pronunciar. Pero no se dio cuenta de la labor que se estaba realizando hasta que un ruido lejano, le despertó de ese letargo en el que se había sumido, intentando aislarse de esa horrible pesadilla que parecía apropiarse de todo lo que él creía que le pertenecía. Ese fue el instante en que por primera vez comprendió y entendió porque los seres humanos tenían derecho a vivir, porque aunque, muchas veces, provocaran daño a todos los que les rodeaban, queriendo o sin querer, siempre, siempre, había infinidad de almas que arreglaban esos daños, siendo a veces los mismos que lo causaban y otras, gente que no buscaban nada a cambio, a veces bastaba con una sonrisa, un perdón o un abrazo para arreglarlo, y otras, en cambio, tenían que dejar lo que estaban haciendo, coger una pala y trasladarse hasta donde estuviera el problema, sin importar los inconvenientes y kilómetros que tuvieran que recorrer, este, era justo el caso que estaba ocurriendo en esos mismos instantes, y del que el mar era un orgulloso observador.
    Durante días, semanas y meses esa ola blanca de voluntarios se extendió por toda la costa donde hubiera llegado la marea negra. El mar por primera vez no era un observador impasible, si no que, alentado por esa multitud de hombres y mujeres, que seguramente, en ese momento tendrían que estar trabajando, ganando un sueldo, cuidando a sus niños, estaban allí, en la costa, trabajando día y noche, muchas veces podían haberse sentido angustiados, cansados y deprimidos, al ver que toda su labor se iba al traste, cada vez que una nueva ola chocaba contra la costa y traía con ella esa marea negra que a todo se pegaba y que tan difícil era de limpiar, pero, en ningún momento el mar vio a ninguno de ellos rendirse, porque como comprobó todos ellos habían formado una gran familia, que se ayudaba, se animaba y luchaba contra esa marea negra al grito de uno. Queriéndose sentir parte de esa gran familia, el mar intentaba luchar también, pero, como siempre, el solo era un observador, que ni siquiera era dueño de “su cuerpo”, pero por primera vez no era impasible, sino que sufría cada vez que algún voluntario languidecía, se emocionaba cada vez que se daba salvado un animal que la marea negra había intentado tomar en posesión y se deprimía cada vez que una de “sus” olas chocaba contra la costa llevando con ellas una parte de esa pesadilla.
    A veces creía que no se daría despertado de esa pesadilla, que esa marea negra era indestructible, pero solo con ver la energía que hombres y mujeres, niños y ancianos, gastaban en la labor de limpieza, sabía que eso no podía caer en saco roto, que un día por lejano que fuera todos ellos se despertarían de esa pesadilla, más fuertes, más unidos y más concienciados.
    Después de diez años, el mar ya hace tiempo que se despertó de esa pesadilla. Pero ningún día, piensa, ni un segundo, en que hubiera sido mejor que eso no hubiese pasado, que esa marea negra, esa terrible pesadilla no hubiera existido nunca. Porque aunque muchos seres vivos han muerto durante esa pesadilla, que el mar y la costa ya no serán nunca más como eran antes de ello. El mar también sabe que ahora los humanos y el mar se han hermanado, se han dado cuenta por primera vez, desde hace mucho tiempo, que se necesitan.
    Lo que no sabe el mar es que durante estos diez años, la marea blanca, esa gran familia, ha seguido luchando bajo un grito, un grito de fuerza, un grito de lucha contra esos que lo único que les importa son ellos mismos, un grito de valentía, un grito de rabia, un grito que intenta que esto, nunca, nunca vuelva a ocurrir, un grito del pueblo, de esos marineros que vieron como su futuro se ennegrecía a la misma marcha que avanzaba esa marea negra, de esos hombres y mujeres que lloraron al ver como esos paisajes de su infancia se veían ensombrecidos por la peor de las pesadillas, un grito de Galicia para el mundo, un grito formado únicamente por dos palabras:
NUNCA MÁIS


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